Exánime.
Mil siglos atrás viví
en la tierra del mañana
y podía imaginarme abriendo
los párpados un día más,
con las pupilas fijas en los rayos de sol
y sintiendo a distancia
el tacto esponjoso del cielo.
Mil siglos atrás no tenía que acariciar
recuerdos con precaución,
como si tratara de regar cactus
con la saliva de mis labios.
Y la luz era cálida sobre la piel.
La noche me arropaba como
a una niña pequeña y me acunaba
hasta dormitar.
Mil siglos atrás no saboreaba el miedo
como si fuera un falso edulcorante en mi café.
No me ahogaba en arenas movedizas
y podía caminar sin tambalearme o
besar el suelo.
Mil siglos atrás mi cabeza era una caja semi-vacía,
ordenada y ocupada por melifluas memorias.
No sentía el pecado en cada centímetro de mi esencia
y no tenía que romperme las uñas escarbando en busca de luz.
Mil siglos atrás era otra persona,
con mirada limpia y sincera.
Inalterable.
Fuente de la risa.
Mil siglos después sigo aquí,
intentando colorear con lapiceros rotos
un paisaje deteriorado.
Tratando de desenterrarme con mis propias manos.
Pero sin saberlo firmé un pacto con el diablo;
Por cada gramo de tierra que retiro
es un metro de muro que construyo.
Soy insalvable.
Con cicatrices inborrables
en un mundo de hielo que quema
pero no calienta.
Me hundo, me ahogo.
Me congelo.
Mi voz se ha esfumado,
mis fuerzas han volado sin mí.
No hay vuelta atrás,
hace ya mucho tiempo
que dejé de gritar socorro.
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