Ruiseñor.

Te levantas una mañana
y ya no hace tanto frío.
Sustituyes el fuego en la soledad
por abrazos cálidos vitalizantes.
Al espejo le devuelves una sonrisa
en lugar de una lágrima.
Y lo malo no es tan malo,
y las heridas ya no duelen tanto.
Ríes la mitad más de lo que solías
hacerlo el día anterior.
Albas menos amargas.
A veces sólo es cuestión de esperar.

He esperado años, días, minutos,
segundos y milisegundos a esta chispa
de vida en mis entrañas.
Sabía que algo de fuerza aún quedaba en mí,
para volver a hacer latir al corazón de nuevo.

Después de límites y cicatrices,
después de sangre y oscuridad,
después de muerte y enfermedad...
 He renacido o revivido,
como lo queráis llamar,
pero el dolor ya va amainando.
La tormenta que parecía eterna
e iba a terminar ahogándome en lluvia,
se convirtió en amaneceres nublados;
¡incluso soleados!
Solo hay que esperar.

Llegó el día en el que dejé de vivir de (de)mente
a vivir de corazón y alma,
con la vida en la mano,
y empezando a destensar el puño.
Llegó el día en el que el ruiseñor
abrió sus alas de nuevo.
Habían estado atadas a su lomo demasiado tiempo
y había luchado demasiado contra sí mismo.
Y haber estado en tierra firme sin tocar el cielo
no era signo de debilidad,
porque para alzar el vuelo
había que aprender a volar;
y eso no es algo que se aprende sin caer.

El cuervo dio paso al ruiseñor;
de la muerte a la vida,
de la noche al día.

Las llagas están sanando
y soy ave nueva,
voy a volar lejos y alto.
¿Y si me caigo de nuevo?
Con la misma fuerza me levantaré
y abriré las alas al firmamento.







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