1096 días antes de nacer.

Fuiste mi manía,
mi peor defecto.
Fuiste esa cucharada de sal
echada por error en el café;
y me dormí.

Y soñé utopías a tu lado,
sabiendo de sobra que para ello
tenía que dejar de estar viva.
Y me vicié a ti,
mientras me llagabas el alma
con la luz apagada
 ─ así nadie se enteraba─
mientras yo seguía siendo víctima
del
síndrome
de
Estocolmo.
Me enamoré del dolor
y deseaba más heridas (tuyas) en el corazón.

He de admitir que esos 1096 días,
no del todo exactos,
han sido mi mejor medicina
y la peor droga.
He de agradecerte parte de mi nuevo yo.
He de agradecerte cada golpe y sacudida;
he ido moldeándome como una piedra en la costa.

Ahora ya no te quiero tanto,
ahora ya no duele tanto pensarte.
Aunque tenerte me haya matado,
sé que parte de tu crimen
me ha devuelto la vida que jamás llegué a tener.

Y no tengo 17,
no tengo 5,
acabo de nacer.
Y mis mejillas ya no saben tanto a mar,
y las heridas van cicatrizando sin más.

Puedo decir que vuelvo a amar mi templo,
mi yo,
mi piel,
mis poros esclavos de ti.
Puedo decir que ya no soy Guerra.
Puedo decir que ahora soy Tregua.
Puedo decir que mis entrañas
ya no te pertenecen ─soy sólo mía─.

Puedo decir
que al fin
soy
vida.



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