Resiliencia.

Quizá haya sido una serendipia
o a lo mejor el destino.
O probablemente me estaba 
quedando sin aire,
en ese agujero negro perenne. 
Tal vez era cuestión de mirar hacia arriba
y ver que tras esas paredes cóncavas 
me esperaba la luz;
que debía seguir caminando por las vías
directa hacia el tren hasta comprobar 
que lo único que me esperaba era fulgor.

Y poco a poco la sangre ya corre por donde toca,
se suturan las heridas,
se despegan los párpados y abre la mente.
Respiro en honor a la vida,
sonrío el equivalente a la veces 
que he llorado hasta ahogarme todos estos años.
Construyo muros en lo malos recuerdos,
tejo un abrigo de auto abrazos — que me debo demasiados.
Y forjo una coraza, 
esta vez de verdad;
irrompible y cálida.
A prueba de roturas graves al alma;
porque sé que leves habrá más. 
Muchas más.
El corazón desgarrado por desamor 
y pérdidas,
por sueños incumplidos,
sentimientos malheridos. 

He caído para aprender a volar
y muy muy alto.
Tardaré en poder llegar a tocar las nubes,
pero como se dice:
rápido y bien, no siempre marchan juntos.
Voy a levantar ladrillo a ladrillo un puente 
hacia la libertad y la felicidad.
Voy a hacer algo más que acariciar la ataraxia.

La vida me ha brindado una nueva oportunidad
y yo le brindo de vuelta con un chín-chín
además de una risa recién sacada de la fábrica.

Demasiados años en el mal camino,
perdiendo alientos a cada paso 
y de la mano de la obsesión.
Sé que Ella estará en mis poros incrustada,
para siempre jamás,
como en los cuentos.
Y como en los cuentos,
habrá un final feliz.
Esta vez soy yo la que dirige el barco
y estoy vuelta a casa.
Encontré el norte.
Encontré Ítaca.
Me encontré.





Comentarios

Entradas populares