Soy mi venda.

Mi arritmia se ha vuelto armónica
y ahora vivo en una melodía dulce continua.
Y aunque a veces me quedo sin aire
ya he encontrado la manera de reanimarme la vida.

Siento el pellejo de tristeza sobre mi piel
poco a poco desprendiéndose de mí,
dejando de lado mi pasado
y dándome en su lugar una cáscara nueva
irrompible y enamorada:
de la vida,
del aire que me limpia
las heridas aún medio abiertas
y me cose fuerte las viejas.

Voy a crear acordes inexistentes
para forjar un amor propio único
y a prueba de balas
 o caminos llenos de chinitas
—de esas que se te clavan
en los pies sin darte cuenta
y te impiden avanzar —.
Inventaré nuevas jugadas de ajedrez
de las que salga victoriosa,
salvando a la reina Vida
de cualquier jaque.

Aún siento cada poro de mi cuerpo
sollozando de dolor
y pérdida.
Ansiando volverse cangrejo para dar
un paso hacia atrás,
pero
no.
Ahora solamente miro al frente,
pupila directa al sol
que me desadormece cada día
y me susurra lo maravilloso que es
poder vivir otra alba más.

Iré restando cicatrices y sumando
amaneceres a mi lado,
y el tuyo,
que tanta paz me da
cada vez que escucho tu rumor de azúcar.

Que ya no me hacen falta inyectarme
mil y un cafés en la psique
para poder ponerme en pie,
ni sangrar para sentir que aún sigo viva.

Llegó la hora de saborear el aire
con las ganas de florecer,
y hacer brotar un jardín
lleno de oxígeno que me cure
cada llaga que quede sin sanar.

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