Mutismo del corazón.

Bajo el ciprés,
y rodeada de crisantemos,
esperando la hora,
esperando el momento,
cansada del vivir
y sin sustento,
¿llegó ya la hora
de que lloremos?

Con la garganta rasgada
pero sin haber soltado
ni un quejido
ni el más mínimo grito.
No se nos permite el sollozo
a no ser que se vea
el negro pozo en nuestros ojos.
No somos merecedores de chillar,
ni de sangrar,
simplemente porque
no son visibles nuestras heridas
y jamás nos enterrarán
aunque llevemos
siglos muertos,
viviendo.

Lirios, belladonas,
rosas negras y amapolas,
ninguna yacerá sobre mí
porque a pesar
de haberme ido
no me permiten
morir.

Somos presas
de este laberinto
sin final,
perenne, y terrenal.
Nuestros demonios gritan
y sacuden sus jaulas
gimiendo libertad.
Labios sellados,
como cartas secretas
y muñecas de tela
cosidas una y otra vez,
pero cada día con menos
felpa.




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