Nada.

¿Qué nos queda?
Cuando ya no hay fuerzas
para respirar por las mañanas,
cuando ni el café más cargado
despierta nuestras almas.
Si ya no queremos seguir,
y solamente vivimos dormidos
esperando una oportunidad
por la que despertar.

¿Qué nos queda?
Si los espejos son enemigos,
los amigos pasan a ser desconocidos
y ya ni la música ni las palabras
nos ayudan a derramar las lágrimas
que se quedaron una vez
estancadas en nuestro pecho.
Que ya ni el miedo nos acecha,
y la sal tampoco escuece
es las heridas abiertas;
solo queremos fuego
sobre este aceite,
quemarnos antes de caer
y volvernos aún más
dementes.

¿Qué nos queda? Eh, ¿qué?
Si la esperanza, pasa a ser
añoranza,
de lo felices que una vez
fuimos, y que por desgracia,
nunca más volveremos a ser.
Estamos condenados,
enredados en esta tela de araña,
de mentiras, complejos
y heridas.
Hay que asumir, que ya no
nos queda nada.

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