Agárrame.

El abismo:
Profundidad grande, impotente y peligrosa;
es esa que habita en mi cuerpo,
mi alma,
mi cabeza.
Todo es cada vez menos descriptible
y más tangible,
puedo palpar el miedo y el dolor,
y de mi piel se evaporan las lágrimas
que no han podido ser derramadas
en forma de sudor
durante las pesadillas nocturnas.
Mi sombra cada vez me asusta más
y trato de despegarme de ella
-en vano-
pero me da la mano,
y no quiere soltarme.
Trata de empujarme
a ese infierno antes pronunciado
y siempre lo consigue.
Yo siempre soy la que pierde.
Sigo «avanzando» por inercia 
en este camino repleto de piedras
que queman y
rezumando miedo 
como las nubes la llovizna 
-en las inmensas tormentas-
que dejan caer del cielo.
Soldada a mi sombra como
el más duro de los metales;
ella es fuerte,
en cambio yo solo ando
de muerte en muerte.
Y aunque me quejo,
día tras día le pido:
Por favor, no me sueltes.

Aquí me quedaré,

en esta zona de confort,
aunque dolorosa,
hasta que me dejen 
partir al otro lado 
de la reja.

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