Bonitas mentiras.

Palabras,
que se funden en mi pecho
formando un escudo de acero
ajeno a todo aquello
a lo que me niego,
extraño a mis oídos.

Palabras,
esas que paladeo
vanamente intentando explicar
al ciego el color negro podredumbre
de mi corazón.
Esas que maquillo con mi mejor
sonrisa y mi amargura
mezclada en kilos de azúcar.

Palabras, palabras.
Son todo palabras.
Duelen, penetran y se incrustan
en tu alma como una chinita a un zapato
o esa mancha de tomate en tu blusa.

Palabras, mentiras piadosas
que manejo sobre mis manos
en un amasijo de lágrimas y dolor,
intentando dar forma a esa máscara
que me cubre las heridas.

Palabras, palabras y más palabras.
Pensamientos pintados en mis labios
recubiertos de ficción,
sobre el sufrimiento.

Palabras.
Es lo único que nos queda,
palabras que nos transportan a lo inmenso
y nos hacen sentir pequeños,
palabras que nos aplastan
sin capacidad de poder volver a recomponernos.
Pero sí, palabras, que también
pueden tener armonía
y dar un toque de color
a esta muerte infinita.

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