No aquí.

Me arranqué las alas,
como haría un niño
con una mariposa,
a quemarropa e inconsciencia.
Me sellé los labios con
el mejor de los pegamentos,
creado con miedo y motivos.
Me tapé los ojos con idea
de no volver a abrirlos
en este mundo,
en el pasado sano.
Me corté las manos para
no volver a acariciar
los recuerdos,
para no añorar lo pasajero.
Me quemé los pies
caminando sobre brasas
hasta calcinarme el alma.
Todo con intención de no volver
jamás a volar.
No aquí.

Pero me cansé de tratar de conseguir
lo inalcanzable
y darle nombre a lo incognoscible.
Me cansé de respirar a duras penas
un aire que no llena.
Agoté las fuerzas y las ganas.
Gasté el brillo en las pupilas dilatadas
que de vez en cuando hacían de salvavidas,
gritando auxilio
derramando lágrimas secas.
Quería apagarme.
Pero brillar.
No aquí.

Siempre fui esa brisa sofocante en sus cabellos,
sudoral en sus pieles,
en sus corazones fríos.
Pero nunca más que el mío.
Continuamente fui la piedra en el trayecto
que la gente decidía rodear.
Y yo seguí incrustada en el suelo.
Sin hacerles tropezar;
porque la única que caía siempre era yo.
Aunque en realidad,
jamás llegué a caer,
porque nunca estuve en pie.

Fui el imprevisto más abyecto,
la estrella más apagada del firmamento,
la flor más muerta del jardín,
el pájaro que jamás volvería a salir
de cascarón.
Miedo.
A los cambios.
A los rompecabezas indescifrables.
Un error inexorable.
Una luciérnaga con deseos de
fundirse.
De irse.
Lejos.
Y permanecer allí.
No aquí.
Allende de la tormenta.
Muy profundo en el mar.
Lejos de mis monstruos,
que una vez llegué a acunar. 

Comentarios

Entradas populares